Tengo que ir a la plaza de la Puerta del sol
porque allí se está viviendo una revolución.
Así que cojo mi moto
y me voy al centro.
Aparco muy cerca de la plaza
y camino los últimos metros.
Hay policías en los alrededores
pero tienen cara de aburridos
como si allí no estuviera pasando nada.
Entro en la plaza
y me mezclo con la gente,
con los jóvenes descontentos de la política,
preocupados por el futuro que les espera,
con la gente sin trabajo,
y sin esperanza de tener alguno,
con los que no pueden pagar sus hipotecas,
los perdedores de la sociedad capitalista.
Hay gente discutiendo apasionadamente,
o quejándose, despotricando
o soltando un discurso.
También hay asambleas
donde la gente propone ideas
como si realmente quisiera cambiar el mundo.
Me siento y escucho;
¡El sistema está fallando!
¡Está mal! ¡Está muy mal!
Yo también me manifiesto,
y me siento enardecido
y comprometido,
e indignado como ellos.
Después, cuando anochece
y veo que se está haciendo tarde
me vuelvo en moto a mi casa
del acomodado barrio de la Estrella.
Ahora sí,
algún día podré decir a mis nietos:
yo también estuve en aquella revolución.